No le pregunten por Marlon

VIERNES

La poesía es un bosque vivo

El poeta hondureño Óscar Acosta (Tegucigalpa, 1933) aparece en todas las nóminas de los poetas coloquiales de América Latina. No está en los puntos altos y claros de las cumbres, entre otras cosas, porque muchos lo ven como un autor al que su apego a los clásicos, el desvelo por el cuidado del idioma y una adjetivación fechada en otra época le impiden cumplir con las leyes estrictas de la poesía conversacional.

Es una referencia, un figura relevante, en aquellas tierras desde la década de los 50, cuando publicó en Perú El arca, una selección de relatos marcados por Jorge Luis Borges, y su primer libro de poemas Responso poético al cuerpo presente de José Trinidad Reyes. Con ellos trazó unas rayas claras para la ruptura con la literatura anterior de su país y, en general, de Centroamérica. Pero en el plano de la poesía, ha sido conservador. Entra y sale del río sin alejarse definitivamente del amparo de la tierra firme y de las piedras lisas de la ribera.

Esos temores, ese temblor de miedo a perder el hilo de la palabra, le ha dado una cédula de identidad a su obra. Los de Acosta son unos versos lanzados hacia todos los asuntos de la vida cotidiana, que venían ya con la palabra hélice aprobada y se abrieron a otros vocabularios sospechosos. Todo eso, sin que el poeta abandonara nunca la lupa y el compás para ver en qué lugar suenan mejor.

La suya es una poesía que le canta casi en voz baja a las cosas comunes y al amor y, si alguna vez eleva el tono, es para hablar de Honduras. O, al menos, de la Honduras que él quiere y sueña. De todo lo que se ha escrito sobre Acosta, me gusta un destello que se le escapó una vez al nicaragüense Pablo Antonio Cuadra: «Una sabia recreación de lo cotidiano y de lo común, descubriendo su milagro».

Con una decena de libros publicados, el poeta piensa que lo más trascendente de su obra son unos pocas piezas publicadas bajo el título de Poesía menor, en Lima, en 1957. Cree que los buenos versos no envejecen y que esa selección de poemas es muy vital, sin brillo y desnuda.

«La poesía no es un bosque muerto», dijo Acosta, «es un bosque vivo en el que cada día se encuentran nuevos brotes. Uno no envejece con la poesía ni la poesía envejece. La poesía es como el idioma. Es una cosa viva, es como un río que tiene diferentes formas mientras va cayendo. Las olas nunca son iguales».

Acosta se ha ganado todos los premios literarios importantes de la región por su labor como poeta. Ha escrito periodismo desde su primera juventud y tiene una historia personal como promotor y fundador de revistas y editoriales. Es ahora el presidente del capítulo hondureño de la Academia de la Lengua Española. Estos versos son suyos: Mi padre fue un hombre/ honrado y pobre/ y por tener/ las manos limpias/ en este suelo opaco/ casi lo fusilan./ Que no descanse en paz,/ yo quiero verlo aquí/ lleno de sangre/ y carne,/ resucitado,/ diciendo sus palabras.

DOMINGO

Ella canta en California

Rita Moreno (Humacao, Puerto Rico, 1931), la única actriz hispana ganadora de los premios Oscar, Emmy, Tony y Grammy, ha publicado ahora un libro de memorias en el que revela las alternativas de su batalla íntima por triunfar en su carrera, imponer su talento a su belleza física y dejar en el olvido un romance con Marlon Brando que incluyó siete separaciones escandalosas y un intento de suicidio.

La mujer, que vive retirada en su casa de Berkeley, California, le ha quitado todo el color rosa a sus recuerdos y no se recrea en los episodios de su vida relacionados con las grandes estrellas de la pantalla de su época. Según una nota del periodista Douglas K. Daniel,estos recuerdos decepcionarán a los viejos admiradores interesados en saber qué significó para ella bailar con Gene Kelly, actuar junto a Yul Brynner o tener una aventura con Elvis Presley.

«La laureada cantante, bailarina y actriz puertorriqueña», dice Daniel, «enfoca su historia en un viaje de autodescubrimiento, y es precisamente esa introspección lo que le da fuerza a su libro de memorias».

El libro es el relato de una persona que venció sus limitaciones y las que le impusieron otros seres humanos. Es una especie de celebración de su espíritu por la victoria contra todos los demonios, dice el cronista. Rita Moreno trabajó en cerca de 50 filmes. Ganó el Oscar por su papel de Anita en el musical West side story, en 1962.

Hija de un agricultor y de una costurera, la señora Moreno llegó a Nueva York a los cinco años con el nombre de Rosa Dolores Alverio. La actriz recordaba después que a los nueve años trabajaba en un circuito de bares de la Gran Manzana.

Más tarde, dijo, para mantener a su madre y a una serie de padrastros consecutivos, tomó algunos papeles en películas que consideraba degradantes y un asalto a su dignidad: una india esclava muda fugitiva, una polinesia con sarong, una árabe con turbante. E incluso después de su sonado éxito en Amor sin barreras, los papeles que le ofrecían eran en su mayoría novias de hampones, madres de pandilleros o madames de burdeles.

Hace poco dijo en su casa de Berkeley, donde escribió sus memorias, que se despierta cantando todas las mañanas.